CUATRO MOMENTOS ESTELARES DE LA HISTORIA DEL ARTE Y LA TECNOLOGÍA. UN TEXTO DE JOSÉ ANTONIO CHACÓN.

EL CONOCIMIENTO SECRETO. LOS AVANCES DE LA ÓPTICA Y EL DESARROLLO DEL ARTE
28/10/2015
Primer Encuentro de Arte y Gestión Ítaca. México DF
29/10/2015
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CUATRO MOMENTOS ESTELARES DE LA HISTORIA DEL ARTE Y LA TECNOLOGÍA. UN TEXTO DE JOSÉ ANTONIO CHACÓN.

Jan Van de Velde, 1628. Verssion of printing press

Etimología de Tecnología: compuesta de las palabras griegas ‘tekne’ (τεχνη) arte, técnica u oficio y ‘logos’ (λογος) que significa estudio, saber, tratado. Repasen de nuevo esta somera etimología. He seleccionado intencionalmente esta explicación abierta y poco precisa para hacer más visibles las relaciones intrínsecas entre la tecnología y el arte. Como podrá observar el lector, ya desde el mismo nacimiento del vocablo, la palabra arte está presente. Estamos de acuerdo en que esta acepción se refiere a arte como destreza o capacidad, pero no nos aferremos tanto a la precisión del lenguaje y permitámonos jugar un poco. En la actualidad, la palabra tecnología tiene un uso bastante limitado por parte de la sociedad. La relacionamos quizás solo con un celular, un dron  o con el omnipresente símbolo de la manzana mordida, en resumen, con objetos funcionales que usamos cada día. Obviemos por un momento estas asociaciones, quedémonos con los significados de técnica y conocimiento.

Efectivamente, la técnica en sí no tiene por qué tener una relación directa con lo material. Existen técnicas de estudio, técnicas artísticas o técnicas de relajación que conllevan una destreza, la aplicación de un saber, pero cuya finalidad no tiene que ser forzosamente la producción material de un objeto. Respecto al conocimiento es evidente que no tiene por qué tener un sentido material, a muchos nos bastaría solo con ser felices aprendiendo. Desvelado este matiz, preguntémonos ahora: ¿Es posible que un avance tecnológico que busca un rédito económico y útil acabe contribuyendo a un fin moral, humanista o artístico? Mi respuesta es sí. Estoy tan seguro de ello como de que la historia del arte está plagada de episodios desconectados de la propia voluntad artística que han acabado no solo contribuyendo en ella sino cambiándola por completo. Lanzada esta hipótesis no me queda más que revisar algunos de esos momentos en los que tecnología y arte son indisociables. He elegido cuatro de ellos sin pretender establecer un ranking o dar a entender que son imprescindibles, pero creyendo que son suficientemente ejemplares de la afirmación que me he propuesto defender.

I. La máquina universal

Hasta la década de los 50 del siglo XV, la difusión de la cultura tenía un serio problema, hacer copias de los escritos suponía un trabajo duro, lento y en consecuencia muy caro. Los monasterios cumplían además de la función espiritual una función perpetuadora, los monjes reproducían con la mayor exactitud posible los signos que en ocasiones no sabían ni leer. Esta circunstancia, entre otras, limitaba la capacidad expansiva del saber. No era ya que la mayoría de la ciudadanía fuera analfabeta, sino que además aquellos que tenían la oportunidad de hacer progresar su sociedad tenían muchísima dificultad para poder contrastar sus ideas con otras que pululaban por el mundo. La imprenta de Gutenberg no fue la primera maquinaria de tipos móviles, pero si podemos definirla como la primera imprenta moderna.

Johannes Gutenberg, hombre incansable y obseso de la perfección invirtió ingentes cantidades de horas en experimentar las distintas calidades tipográficas que podía alcanzar con la creación de una nueva maquinaria. Su trabajo de investigación, del que no tenemos más noticias que las que se desprende de un proceso judicial en Estrasburgo, revela una búsqueda incansable de la eficacia mecánica pero sin descuidar el aspecto artístico, las obras resultantes debían ser bellas. Éste, seguro de hacer fortuna acabó endeudándose, el largo proceso de producción que requirió su imprenta le condenó a la bancarrota y a la persecución de sus deudores hasta casi la muerte. Sin embargo, esta injusticia sería paliada históricamente gracias a las consecuencias de su invención. La imprenta, objeto tosco y mecánico, se convirtió en la médula espinal de la difusión de las ideas humanistas. La belleza y el saber serían ahora capaces de propagarse por Europa mucho  más fácilmente que antes, y con el paso de los siglos lo harían por todo el mundo. Los artistas podrían compartir y enriquecerse con las aportaciones de otros creadores a los que nunca tendrían la oportunidad de conocer. Uno de los ejemplos más tempranos fue Durero, quien no dudó en utilizarla para difundir sus obras. También tenemos ejemplos en la arquitectura, los grandes tratados de Vitrubio, Serlio y Palladio se convertirían en manuales indispensables para cualquier arquitecto gracias a la accesibilidad que permitieron las ediciones impresas. Este flujo de cultura sigue sin detenerse hasta el día de hoy. Probablemente la evolución de la historia del arte distaría de ser tal y como ha sido gracias al empeño de Gutenberg que creyó dejarnos solo un objeto pero nos regaló la inmortalidad del conocimiento.

II. El óleo liberador

Efectivamente, la imprenta permitió la comunicación entre los creadores y la transmisión de sus conocimientos. Aún así el artista seguía teniendo una gran dependencia de su taller. Al pararnos a pensar sobre cómo se han elaborado los cuadros clásicos de la historia de la pintura, es fácil recurrir a la imagen del pintor encerrado en su estudio, preparando colores, gastando su vida y sus nervios en parir una nueva creación. Este espacio era para él, su mundo, allí podía regular la luz, tomar apuntes de sus modelos y tener un surtido compendio de materiales pictóricos. Éstos, debían ser preparados por el propio artista o por sus discípulos a través de la mezcla de pigmentos naturales y aglutinantes siguiendo proporciones que en muchas ocasiones eran particulares y aportaban un carácter de singularidad a la obra. Esta circunstancia técnica y de dependencia limitaba también la temática y la forma de pintar. El pintor que quería representar la naturaleza tomaba apuntes del natural o a través de una cámara oscura portátil y luego los reproducía en su taller a través de aquella impresión que había quedado marcada en su retina y en sus esbozos. En el mejor de los casos, contaba con un espacio desde el que se podía observar las luces y el paisaje que posteriormente representaría. Sin embargo, en el siglo XIX se produjo una revolución que cambiaría profundamente la relación entre el artista, el material y el lugar.

Es este el siglo de las revoluciones industriales que transformarían para siempre nuestra forma de trabajar, de organizar nuestra vida y de producir. Precisamente, es este último punto, la producción, uno de los que afectaría al arte. La aplicación de los avances científicos permitió mejorar los tiempos de producción y la calidad tanto de objetos cotidianos como de herramientas más específicas. En el plano pictórico, habría un cambio significativo, a partir de este momento, se empezó a comercializar el óleo ya producido industrialmente y envasado en unos tubos metálicos. Esta característica supondría una diferencia relevante, el pintor quedaba liberado, si quería, de tener que elaborar sus colores previamente y en consecuencia de su vinculación directa con el taller. El artista ganaría en autonomía, ya que los tubos eran fácilmente transportables, y en muchos casos aprovecharía esta libertad para tomar el caballete, el lienzo y las pinturas y salir al exterior. Además los nuevos componentes  químicos permitían incluso experimentar con nuevas técnicas pictóricas como la superposición de pinceladas. Un grupo de pintores rechazados por la academia, explotó este recurso, reflejando a través de pequeños estoques de pincel un mundo de color y de cambios que hasta ahora había sido imposible de reflejar. La muerte de la luz proyectada sobre la montaña Sainte Victoire, la llegada poderosa del tren a la estación cubriendo todo de humo, la viveza de un campo de amapolas o el tumulto de un París aburguesado, son algunas de las estampas más conocidas del Impresionismo. Paradójicamente, fue la rapidez y el automatismo de la tecnología lo que nos permitió enriquecernos con una mirada reflexiva y sosegada de la naturaleza, como nunca antes había sido vista.

III. La melodía de un voltio

 

Teleharmonium1897

Teleharmonium, 1897

Otro de los  progresos tecnológicos más importantes durante el siglo XIX fue la adaptación de la energía eléctrica al uso industrial sustituyendo a otros métodos de energía como el vapor. No obstante, la utilización  de la electricidad no solo se reservó a la industria sino que se extendió por todos los ámbitos posibles, incluidas las artes y entre ellas la música. Al escuchar por primera vez la palabra Telharmonium es posible que creamos que es un elemento químico o una nueva especie animal, no obstante estamos hablando de un instrumento olvidado, el primero que usó la electricidad. La creación de esta alocada empresa solo podía llevarse a cabo por alguien que albergara un sueño más grande que la propia realidad, en este caso ese hombre se llamaba Thaddeus Cahill y era estadounidense. Thaddeus es de hecho reconocido como un importante inventor de la primera década del siglo XX, no obstante si por algo se le recuerda es por haber tenido la inquietud de aunar música, electricidad y difusión. Todo empieza como siempre por la experimentación. Thaddeus descubrió como la interacción entre la energía producida por una dinamo y una línea telefónica creaba un tono musical concreto. Esta simple observación fue el motor de lo que sería una ambición mucho mayor, modulando la corriente se podía producir toda la escala musical completa, por tanto si uníamos 12 dynamos teníamos un instrumento. Parece fácil en primera instancia, pero el perfeccionamiento y la realización de dicha idea le llevó años y como resultado la creación de un mastodonte tecnológico más parecido a una centralita que a un piano. El Telharmonium medía 18 metros y pesaba 200 toneladas, un gigante de ese calibre supuso la inversión de un capital enorme que posteriormente se traduciría en un precio de venta desorbitado: 200.000 dólares.

Pero no es solo por sus dimensiones por lo que pasó a la historia este instrumento. Dos son las características más importantes: En primer lugar, su carácter electrónico le dotó de un matiz absolutamente novedoso, el instrumento podía transmitir su música a través de la línea telefónica. De hecho, el fin comercial que llevaría a Thaddeus a crearlo era el de poder ofrecer un servicio musical a los hoteles o a los restaurantes a través de sus líneas pagando un abono, por lo que su deseo era establecer una red musical por todo Estados Unidos, un antecesor de Spotify. La segunda de las características es aún más asombrosa, el Telharmonium podía imitar el sonido de otros instrumentos de viento o de cuerda al reproducir sus armónicos por lo que nos hallamos ante el primer sintetizador de la historia. Tocado a dos manos el instrumento podría interpretar perfectamente una sinfonía. Parece que con estas características nada podía fallar para que Cahill amasara cantidades ingentes de dinero, pero su instrumento fracasó. Las deficiencias técnicas de las líneas telefónicas de la época provocaron que el sonido no fuese de la calidad exigida interrumpiéndose frecuentemente y colapsando las líneas de los usuarios particulares del teléfono. Los abonados a este servicio fueron paulatinamente retirándose hasta que en 1916 se celebró su último concierto. Paradójicamente un instrumento caracterizado por su potencia quedó absolutamente mudo ya que no se conserva ninguna grabación del mismo. Sin embargo el eco del Telharmonium resuena en otros instrumentos que se inventarían con posterioridad como el Theremin o la guitarra eléctrica llegando hasta el actual Reactable. El sueño de obtener sonido de la electricidad llegaría para quedarse multiplicando así las posibilidades expresivas de los artistas.

IV. El arte de pintar con la luz

Si antes hablamos sobre la luz producida, ahora lo hacemos para terminar con la luz natural. Capturar las imágenes en una superficie pegajosa a través de la luz, eso fue lo que un día soñó y plasmó el médico francés Charles-François Tiphaigne de la Roche en su obra Giphantie publicada en 1760. La ambición por captar la imagen “real” de las cosas ha estado en la cabeza del hombre desde su existencia. Tenemos una larga lista de acercamientos a ese reto en las que aparecen nombres tan conocidos como Aristóteles o Da Vinci. Sin embargo, el paso decisivo para lograr el registro de la imagen estaba más cerca de la química que del arte. Hay que situarse en la segunda década del siglo XIX. Dos vagas imágenes aún nos estremecen por su sencillez, en una se atisba una mesa lista para comer, en una disposición clásica de la pintura de bodegón. En la otra, se vislumbra un tejado flanqueado por dos casas, una escena típica de lo que se podría ver desde una ventana en una ciudad francesa. No importa tanto cuál fue la primera en realizarse sino que ambas fueron hechas por Niépce y son las primeras imágenes fotografiadas de la historia.

Como decíamos, el perfeccionamiento de la técnica fotográfica se consiguió gracias a los experimentos con distintas sustancias químicas. Niépce usó una placa de peltre, betún de Judea y aceite esencial de lavanda mientras que Daguerre lo hizo con cobre y vapores de Yodo. No obstante, fue la unión de  Niépce y Daguerre en una sociedad la que establecería el futuro y el éxito del daguerrotipo. El filón comercial que permitía la fotografía era más que evidente, lejos de ser un recurso artístico en sí era una prueba testimonial y un símbolo de poderío social. La pintura de retrato que tanto éxito tuvo entre los burgueses no podía igualar la exactitud de las imágenes que producía un daguerrotipo. Consecuentemente empezaron a surgir los estudios fotográficos y el desarrollo de cámaras más livianas y con menos tiempo de exposición. A lo largo de dos siglos la fotografía experimentaría unos cambios tan profundos que hoy no reconocemos aquella antigua cámara oscura. Quizás lo más interesante no sea reflexionar en si sobre la propia evolución técnica de la misma sino sobre como un objeto que parecía en principio orientado a un valor más comercial que artístico se convirtió en el octavo arte. La fotografía no solo nos permitió examinarnos y repensarnos desde una óptica diferente sino que sirvió de propio espejo al hecho artístico. Influyó notablemente en la pintura y permitió el registro de la memoria de obras y monumentos de los que ya no quedan nada. Quizás era absurdo la intención primera de buscar una imagen verdadera cuando el ojo que la retiene es tan subjetivo, el ser humano tiende a cargar de emoción los objetos que los rodean y la fotografía precisamente permitió registrar esa memoria emocional.

Como puede comprobarse dividir el hecho tecnológico del artístico es en ocasiones verdaderamente complejo y absurdo, no solo porque todo utensilio o material tiene algo de técnica en sí sino porque el uno acaba afectando al otro en un baile continúo. Los seres humanos somos realmente multidisciplinares y los significados estancos que creamos no siempre existen por sí mismos. Es por ello que tecnología y arte seguirán siendo disciplinas hermanas, todo al final remite a una necesidad de expresión, de hacer nuestra vida más llevadera y emocionante.

Texto: José Antonio Chacón Nuñez.

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